Al aceptar incondicionalmente a los
demás los ayudamos a que se despojen de sus máscaras y se sientan a
gusto con lo que son. La seguridad de que se los acepta les da la
libertad de ser ellos mismos, y con ello pueden llegar a conocerse
fácilmente y a aceptarse a sí mismos.
Alentar mi optimismo es el
mejor modo de conservar la alegría. Para lograrlo puedo empezar el día
meditando sobre cómo derramar luz y amor en las situaciones que se me
presentarán a lo largo del día. Si luego me mantengo en contacto con el
espíritu de Dios y con su benévola mirada, la felicidad interior que me
embargará me ayudará a afrontar cualquier situación sin sentirme
agobiado.
A medida que crece nuestra fuerza espiritual,
abandonamos el hábito de preocuparnos. Para nada sirve, como no sea para
llenarnos de tensión y hacernos sentir desdichados. Cuando dejo de
inquietarme por cosas que están más allá de mi control, y en cambio me
concentro en crear pensamientos optimistas y bondadosos, mi vida se
encauza en direcciones mucho más positivas. Al encarar la vida con
espíritu liviano y optimista puedo afrontar con calma todo lo que ella
me depare.
Todos deseamos que nos amen por lo que somos. Cuando
amo plenamente a los demás, refuerzo su autoestima y ayudo a que ellos a
su vez traten con amor a los otros. Aunque no vea resultados inmediatos, el amor siempre está actuando. Si sólo doy mi amor a una o dos
personas, éste acabará por extinguirse. Si aprendo a llenar mi corazón
de amor y a brindárselo en silencio a todo aquel que encuentro, el amor
embellecerá cada rincón de mi vida.
Si comienzo cada día
meditando en silencio y colmando mi mente de pensamientos positivos y
llenos de amor, poco a poco desalojaré todo cinismo y hostilidad. Mi
espíritu debe ser tan hermoso y acogedor que Dios mismo quiera venir a
visitarme.
lunes, 11 de abril de 2016
Cuando cambiamos, el mundo cambia
Al enfocarnos en nuestro propio
espacio interior, podemos ir desarrollando conocimiento y claridad
acerca de nuestra verdadera identidad. De esta manera podemos
diferenciar lo que hacemos, es decir, nuestros roles, de lo que
realmente somos. Así, al conocernos mejor, nos daremos cuenta de que la
manera en que nos vemos a nosotros mismos influye sobre la manera en que
vemos el mundo. Si cambio la visión de mí mismo, el mundo cambia.
Si quiero conocerme, debo aprender a observarme. Conocerme significa darme cuenta de que la forma en que me veo a mí mismo, influye en mi percepción del mundo que me rodea. Conocerme significa tomar conciencia de la diferencia entre cuerpo y alma, entre ser y humano, entre forma y contenido. Conocerme me permite retornar a la realidad de mi paz interior inherente y volver a experimentar amor genuino y espiritual hacia mí mismo y - como consecuencia - hacia quienes me rodean.
Siempre que sea posible, apartémonos aunque sea por tan sólo unos momentos, del mundanal ruido y enfoquémonos en nuestro interior. Es en el silencio de este viaje interior donde nos daremos cuenta de cuál es nuestra verdadera naturaleza original y qué realmente es la de un ser de paz: en paz con nosotros mismos y en paz con el mundo que nos rodea. A partir de este encuentro con nuestro ser verdadero, podemos proyectarnos hacia nuestras relaciones y responsabilidades, en nuestro hogar y en el trabajo.
Una experiencia que tendremos de forma natural es que al cambiar nuestra percepción de nosotros mismos, cambia nuestra percepción de los demás.
Empezamos a sentir y verles como almas, seres espirituales, interpretando sus diversos roles en esta obra ilimitada de la vida. Comprenderemos que también son en esencia seres de paz, de amor, aunque en muchos casos se han olvidado de lo que son. Al cambiar nuestra visión, nuestra actitud cambia, y en consecuencia lo hacen nuestras palabras y comportamientos. Podremos observar como la armonía se instaura como la base de nuestras relaciones con los demás.
Cuando cambiamos, el mundo cambia...
Si quiero conocerme, debo aprender a observarme. Conocerme significa darme cuenta de que la forma en que me veo a mí mismo, influye en mi percepción del mundo que me rodea. Conocerme significa tomar conciencia de la diferencia entre cuerpo y alma, entre ser y humano, entre forma y contenido. Conocerme me permite retornar a la realidad de mi paz interior inherente y volver a experimentar amor genuino y espiritual hacia mí mismo y - como consecuencia - hacia quienes me rodean.
Siempre que sea posible, apartémonos aunque sea por tan sólo unos momentos, del mundanal ruido y enfoquémonos en nuestro interior. Es en el silencio de este viaje interior donde nos daremos cuenta de cuál es nuestra verdadera naturaleza original y qué realmente es la de un ser de paz: en paz con nosotros mismos y en paz con el mundo que nos rodea. A partir de este encuentro con nuestro ser verdadero, podemos proyectarnos hacia nuestras relaciones y responsabilidades, en nuestro hogar y en el trabajo.
Una experiencia que tendremos de forma natural es que al cambiar nuestra percepción de nosotros mismos, cambia nuestra percepción de los demás.
Empezamos a sentir y verles como almas, seres espirituales, interpretando sus diversos roles en esta obra ilimitada de la vida. Comprenderemos que también son en esencia seres de paz, de amor, aunque en muchos casos se han olvidado de lo que son. Al cambiar nuestra visión, nuestra actitud cambia, y en consecuencia lo hacen nuestras palabras y comportamientos. Podremos observar como la armonía se instaura como la base de nuestras relaciones con los demás.
Cuando cambiamos, el mundo cambia...
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