sábado, 15 de agosto de 2015

Poder del silencio

Para cada situación de la vida, podemos encontrar una solución precisa si desarrollamos la práctica de permanecer en introspección y experimentar el poder del silencio.

En general, siempre que alguien crea un invento nuevo y potente, lo hace en secreto, lejos del bullicio y la extroversión.

Siempre que dispongamos de tiempo, mientras llevamos a cabo nuestras responsabilidades o mientras escuchamos o compartimos, podemos practicar el entrar en el silencio, en la conciencia desapegada del cuerpo físico y del mundo físico.

El estado interno poderoso que se genera con esta práctica nos capacitará a encontrar una solución para cada problema o situación. A la vez, a medida que dominamos esta práctica, seremos capaces de dar a los demás la experiencia de paz y poder espirituales.

Para conseguir esta experiencia, un método práctico es concentrar desde nuestro interior toda la atención en un punto, considerando que ese punto es la forma de nuestra esencia espiritual. Y, a continuación, abrirnos a la experiencia de paz y silencio que emana de forma natural desde el punto, la consciencia, el ser.

Dedicando tiempo cada día a esta práctica, desarrollaremos una atracción natural hacia el silencio interior, hacia esa conexión con la fragante esencia de nuestro ser espiritual. Desde ahí nos abriremos a un nuevo mundo de percepciones sutiles y profundas, que nos permitirán comprender y discernir qué respuesta hemos de dar ante las situaciones prácticas de nuestras vidas.


Nuevas perspectivas del tiempo

El concepto del tiempo lineal, es decir, con un inicio definido y un final, no es una idea universalmente aceptada. Muchas personas, especialmente en Oriente, creen que el tiempo es cíclico, es decir, que tiene su propio ritmo natural de repetición de expansión y contracción, crecimiento y decadencia. Existe una considerable evidencia, especialmente en el mundo de la naturaleza, que apoya esta perspectiva. Por ejemplo, el ciclo de las cuatro estaciones (primavera, verano, otoño e invierno), del agua, del día y la noche y las mareas.

En algunas tradiciones orientales hay un entendimiento de que la historia y geografía del mundo se puede interpretar en términos de cuatro edades o estados, denominados edades de oro, de plata, de cobre y de hierro. La ‘edad de oro’ representa un período en el que las almas en la tierra son completamente puras, pacíficas y positivas, viven en completa armonía y el mundo está lleno de belleza y abundancia. Después se produce un declive gradual, a medida que pasan las otras edades y se alcanza la ‘edad de hierro’, que refleja el estado final degradado tanto de las almas como de la naturaleza, cuando las energías físicas y espirituales están en su nivel más bajo.

Entre el final de la ‘edad de hierro’ y el principio de la ‘edad de oro’ existe un estado transicional, conocido como la ‘edad de la confluencia’. En este período, los seres humanos reconectan con su identidad espiritual verdadera y se involucran en retornar a su estado original de energía pura con la ayuda del Ser Supremo. Debido a que el mundo físico externo es un reflejo del estado de nuestro mundo espiritual interior, este cambio de consciencia y los cambios que a su vez se generan en el carácter y comportamiento de las almas, propician el inicio de una nueva edad de oro.

La perspectiva cíclica de entender el tiempo, la naturaleza y nuestra propia historia puede ser controvertida pero es a la vez fortalecedora y tranquilizadora, comparada con el modelo lineal, que no ofrece ninguna luz al final del túnel.