Identificarnos con lo que
sentimos en cada momento es algo opcional. Un error fácil de cometer es
que cuando nos sentimos bien, nos vemos de forma positiva, mientras que
cuando nos sentimos mal, nos vemos de forma negativa.
Sin
embargo, esa es una percepción ilusoria. La naturaleza de nuestra mente
es variable y así también lo son los sentimientos que se generan en el
interior.
Tenemos que tener muy claro que todos estos
sentimientos no son la realidad de lo que somos. Esto nos permite
desapegarnos de los sentimientos.
Con conocimiento espiritual
entendemos y aceptamos que somos almas, seres espirituales, y por tanto
nuestra naturaleza verdadera es de amor, paz y armonía. Esta realidad
del ser espiritual podemos experimentarla a través del silencio y la
meditación.
A medida que ganamos experiencia sobre nuestra
verdadera esencia, también reconectamos con los sentimientos puros y
originales del ser.
Este proceso es esencial para darnos cuenta
de que los sentimientos negativos no vienen de mi esencia sino de
tendencias adquiridas y de experiencias del pasado.
Cuando
aprendemos el arte de desapegarnos de nuestros propios sentimientos,
disponemos de margen y espacio para dirigir, con la voluntad, nuestra
mente hacia pensamientos poderosos y espirituales. Esto nos permite
cambiar la calidad de nuestros sentimientos.
Con esta práctica,
gradualmente, el alma va recuperando su soberanía interior. La paz y la
estabilidad se hacen presentes y constantes en nuestras vidas.
martes, 18 de octubre de 2016
La naturaleza original del ser
La clave para liberarnos de
todo el pesar y desarmonía en el interior es reconocer la diferencia
entre la naturaleza original del ser y la naturaleza falsa adquirida.
Cuando reconocemos esta diferencia, podemos empezar nuestro proceso de transformación con un doble foco: por un lado dejar de alimentar nuestra naturaleza falsa, desactivando los hábitos negativos que la constituyen y por otro, nutrir con la atención y la meditación nuestra verdadera naturaleza original.
La naturaleza original es la del ser espiritual, el ser de luz que anima el cuerpo físico y se expresa a través del mismo. Sus atributos fundamentales son la paz, la pureza, el amor, la felicidad, la sabiduría y el poder espiritual.
La naturaleza falsa surge de la identificación con la forma física y la personalidad limitada o ego. Sus patrones fundamentales son la arrogancia, la avaricia, los deseos, los apegos, el miedo, la pereza y la ira.
A pesar de que, sobre el papel, sería fácil rechazar tales patrones negativos, la realidad es que no siempre son tan obvios y se han enraizado tan profundamente en nuestro subconsciente que nos gobiernan sin que ni siquiera los reconozcamos. El ego o apego a una falsa identidad es la semilla de la que surge el árbol de todas esas debilidades.
Una forma de despertar conciencia y discernir de dónde provienen nuestros pensamientos, que son la semilla de las palabras y acciones, es observar si estos nos alejan de nuestro centro, o bien nos ayudan a mantenernos centrados. Nuestro centro es el estado de conciencia en el que nuestras facultades internas, la mente, el poder de discernir y nuestros hábitos y memorias, están en equilibrio y armonía. Hay serenidad y claridad.
Si los pensamientos nos llevan a espacios emocionales de agitación y desequilibrio, podemos detectar de forma inmediata que la semilla de los mismos es la naturaleza falsa e ilusoria.
Por otro lado, las tendencias adquiridas basadas en nuestra naturaleza falsa, se han hecho tan fuertes que sobrepasan con frecuencia nuestro poder de voluntad. Por eso necesitamos meditar, para reconectar con nuestra esencia y con la fuente de poder espiritual y así restablecer el equilibrio y centramiento natural del ser.
Para progresar de forma efectiva en nuestra transformación interior, la guardia de la atención constante es esencial. El fruto de vivir una vida desde nuestro centro y nuestra paz y equilibrio naturales es una vida de bienestar y satisfacción.
Cuando reconocemos esta diferencia, podemos empezar nuestro proceso de transformación con un doble foco: por un lado dejar de alimentar nuestra naturaleza falsa, desactivando los hábitos negativos que la constituyen y por otro, nutrir con la atención y la meditación nuestra verdadera naturaleza original.
La naturaleza original es la del ser espiritual, el ser de luz que anima el cuerpo físico y se expresa a través del mismo. Sus atributos fundamentales son la paz, la pureza, el amor, la felicidad, la sabiduría y el poder espiritual.
La naturaleza falsa surge de la identificación con la forma física y la personalidad limitada o ego. Sus patrones fundamentales son la arrogancia, la avaricia, los deseos, los apegos, el miedo, la pereza y la ira.
A pesar de que, sobre el papel, sería fácil rechazar tales patrones negativos, la realidad es que no siempre son tan obvios y se han enraizado tan profundamente en nuestro subconsciente que nos gobiernan sin que ni siquiera los reconozcamos. El ego o apego a una falsa identidad es la semilla de la que surge el árbol de todas esas debilidades.
Una forma de despertar conciencia y discernir de dónde provienen nuestros pensamientos, que son la semilla de las palabras y acciones, es observar si estos nos alejan de nuestro centro, o bien nos ayudan a mantenernos centrados. Nuestro centro es el estado de conciencia en el que nuestras facultades internas, la mente, el poder de discernir y nuestros hábitos y memorias, están en equilibrio y armonía. Hay serenidad y claridad.
Si los pensamientos nos llevan a espacios emocionales de agitación y desequilibrio, podemos detectar de forma inmediata que la semilla de los mismos es la naturaleza falsa e ilusoria.
Por otro lado, las tendencias adquiridas basadas en nuestra naturaleza falsa, se han hecho tan fuertes que sobrepasan con frecuencia nuestro poder de voluntad. Por eso necesitamos meditar, para reconectar con nuestra esencia y con la fuente de poder espiritual y así restablecer el equilibrio y centramiento natural del ser.
Para progresar de forma efectiva en nuestra transformación interior, la guardia de la atención constante es esencial. El fruto de vivir una vida desde nuestro centro y nuestra paz y equilibrio naturales es una vida de bienestar y satisfacción.
Instrumentos de Paz
La llamada de este tiempo es
una llamada por la paz. No únicamente paz, no sólo de que finalicen los
conflictos, sino una llamada para conseguir un profundo estado de calma y
tranquilidad, que todas las almas recuerdan como su estado original.
Si queremos conseguir esa paz, primero debemos enseñarnos a nosotros mismos a serenarnos y entonces nos podemos volver pacíficos. Hacerse pacífico significa tomar las riendas de una mente fuera de control y detener los pensamientos dispersos. Una vez que tenemos la atención de la mente, podemos comenzar a persuadirla de que nos lleve al silencio, a un silencio verdadero. No un lugar sin sonido, sino al lugar en el que experimentamos una sensación profunda de paz y una penetrante conciencia de gran bienestar.
No es una mente vacía la que genera este estado de paz. Para entrar en este estado de profundo silencio, debemos entrenar el intelecto en crear pensamientos puros y buenos. Debemos entrenarlo para que se concentre. Nuestros pensamientos de desperdicio nos agobian. Nuestros hábitos de crear demasiados pensamientos y demasiadas palabras agotan el intelecto. Nos tenemos que preguntar: “¿Cómo puedo cultivar el hábito del pensamiento puro?”
¿Quién ansía entrar en el silencio? Soy yo, el ser interior, el alma. A medida que me desapego de mi cuerpo y de las cosas corporales, y me desconecto de las distracciones mundanas, puedo enfocarme hacia dentro, hacia el ser interior. Al igual que un lago perfectamente calmado, cuando todos los susurros del viento se han detenido, el ser interior empieza a brillar, reflejando con serenidad las cualidades intrínsecas del alma. Los sentimientos de paz y de bienestar se expanden a través de mi mente y, junto a ellos, los pensamientos de benevolencia.
Me desprendo de todos los pensamientos de descontento y vuelvo a recordar mi condición más intrínseca y genuina del ser. Recuerdo esta calma interna. Aunque no he estado aquí recientemente, lo recuerdo como mi conciencia más fundamental, y un sentimiento de felicidad y de satisfacción emerge en mi interior. En esta condición experimento que cada alma es mi amiga. También soy mi propio amigo. Permanezco en una calma profunda. Estoy en silencio y completamente en paz.
Este profundo pozo de paz es el estado original del alma. Cuando estoy en este estado, siento un flujo de amor hacia la humanidad y experimento un estado más elevado que lo que normalmente llamaría felicidad, es una condición de dicha.
Cuando esto sucede, experimento la conexión con la energía divina y el flujo del poder de Dios hacia mi ser interior. Cuando el alma y Dios están conectados, hay un poder que me alcanza y después, de forma invisible, alcanza a los demás llevando a cabo la transformación en ellos, en la naturaleza, y en el mundo.
He de entrar profundamente en esa experiencia del estado original del ser, y he de entrar en el silencio, de forma que Dios pueda hacer su trabajo a través de mi, su instrumento.
Si queremos conseguir esa paz, primero debemos enseñarnos a nosotros mismos a serenarnos y entonces nos podemos volver pacíficos. Hacerse pacífico significa tomar las riendas de una mente fuera de control y detener los pensamientos dispersos. Una vez que tenemos la atención de la mente, podemos comenzar a persuadirla de que nos lleve al silencio, a un silencio verdadero. No un lugar sin sonido, sino al lugar en el que experimentamos una sensación profunda de paz y una penetrante conciencia de gran bienestar.
No es una mente vacía la que genera este estado de paz. Para entrar en este estado de profundo silencio, debemos entrenar el intelecto en crear pensamientos puros y buenos. Debemos entrenarlo para que se concentre. Nuestros pensamientos de desperdicio nos agobian. Nuestros hábitos de crear demasiados pensamientos y demasiadas palabras agotan el intelecto. Nos tenemos que preguntar: “¿Cómo puedo cultivar el hábito del pensamiento puro?”
¿Quién ansía entrar en el silencio? Soy yo, el ser interior, el alma. A medida que me desapego de mi cuerpo y de las cosas corporales, y me desconecto de las distracciones mundanas, puedo enfocarme hacia dentro, hacia el ser interior. Al igual que un lago perfectamente calmado, cuando todos los susurros del viento se han detenido, el ser interior empieza a brillar, reflejando con serenidad las cualidades intrínsecas del alma. Los sentimientos de paz y de bienestar se expanden a través de mi mente y, junto a ellos, los pensamientos de benevolencia.
Me desprendo de todos los pensamientos de descontento y vuelvo a recordar mi condición más intrínseca y genuina del ser. Recuerdo esta calma interna. Aunque no he estado aquí recientemente, lo recuerdo como mi conciencia más fundamental, y un sentimiento de felicidad y de satisfacción emerge en mi interior. En esta condición experimento que cada alma es mi amiga. También soy mi propio amigo. Permanezco en una calma profunda. Estoy en silencio y completamente en paz.
Este profundo pozo de paz es el estado original del alma. Cuando estoy en este estado, siento un flujo de amor hacia la humanidad y experimento un estado más elevado que lo que normalmente llamaría felicidad, es una condición de dicha.
Cuando esto sucede, experimento la conexión con la energía divina y el flujo del poder de Dios hacia mi ser interior. Cuando el alma y Dios están conectados, hay un poder que me alcanza y después, de forma invisible, alcanza a los demás llevando a cabo la transformación en ellos, en la naturaleza, y en el mundo.
He de entrar profundamente en esa experiencia del estado original del ser, y he de entrar en el silencio, de forma que Dios pueda hacer su trabajo a través de mi, su instrumento.
Liberarse de las preocupaciones
Las preocupaciones se basan en
crear una imagen del futuro pesimista, incluso catastrófica. Esa imagen o
perspectiva que generamos en nuestra mente nos genera miedo e
inseguridad, pudiendo llegar a bloquearnos.
Es importante que seamos conscientes de que somos nosotros mismos quienes creamos tal imagen del futuro. Si no ponemos un punto final a tales pensamientos, es posible que nuestras preocupaciones tomen forma práctica. La causa profunda es que estamos dando energía a esa creación de la mente.
Por el contrario, tenemos que imaginar sólo el futuro más brillante y así atraer nuevas y positivas posibilidades. Y junto a vislumbrar un futuro más luminoso, tomar acción positiva en relación al asunto o situación que ha causado nuestra preocupación.
Como la misma palabra expresa, se trata no de pre-ocuparse, sino de ocuparse. Es decir, enfocar nuestros esfuerzos y atención en las soluciones, en las opciones constructivas y no permitir ni que por un segundo la mente vuelva a su hábito de preocuparse.
Mirándolo desde otro ángulo, las preocupaciones a menudo son excusas para no hacer lo que realmente tenemos que hacer. Es obvio que con las preocupaciones no podemos resolver ningún reto que se nos presente.
Por tanto, enfoquemos nuestra atención en el presente y actuemos con iniciativa y con el entendimiento de que una mente calmada y libre de preocupaciones es la clave para encontrar la solución a todas nuestras dificultades.
Es importante que seamos conscientes de que somos nosotros mismos quienes creamos tal imagen del futuro. Si no ponemos un punto final a tales pensamientos, es posible que nuestras preocupaciones tomen forma práctica. La causa profunda es que estamos dando energía a esa creación de la mente.
Por el contrario, tenemos que imaginar sólo el futuro más brillante y así atraer nuevas y positivas posibilidades. Y junto a vislumbrar un futuro más luminoso, tomar acción positiva en relación al asunto o situación que ha causado nuestra preocupación.
Como la misma palabra expresa, se trata no de pre-ocuparse, sino de ocuparse. Es decir, enfocar nuestros esfuerzos y atención en las soluciones, en las opciones constructivas y no permitir ni que por un segundo la mente vuelva a su hábito de preocuparse.
Mirándolo desde otro ángulo, las preocupaciones a menudo son excusas para no hacer lo que realmente tenemos que hacer. Es obvio que con las preocupaciones no podemos resolver ningún reto que se nos presente.
Por tanto, enfoquemos nuestra atención en el presente y actuemos con iniciativa y con el entendimiento de que una mente calmada y libre de preocupaciones es la clave para encontrar la solución a todas nuestras dificultades.
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