lunes, 11 de abril de 2016

Aceptación, alegría y amor

Al aceptar incondicionalmente a los demás los ayudamos a que se despojen de sus máscaras y se sientan a gusto con lo que son. La seguridad de que se los acepta les da la libertad de ser ellos mismos, y con ello pueden llegar a conocerse fácilmente y a aceptarse a sí mismos.

Alentar mi optimismo es el mejor modo de conservar la alegría. Para lograrlo puedo empezar el día meditando sobre cómo derramar luz y amor en las situaciones que se me presentarán a lo largo del día. Si luego me mantengo en contacto con el espíritu de Dios y con su benévola mirada, la felicidad interior que me embargará me ayudará a afrontar cualquier situación sin sentirme agobiado.

A medida que crece nuestra fuerza espiritual, abandonamos el hábito de preocuparnos. Para nada sirve, como no sea para llenarnos de tensión y hacernos sentir desdichados. Cuando dejo de inquietarme por cosas que están más allá de mi control, y en cambio me concentro en crear pensamientos optimistas y bondadosos, mi vida se encauza en direcciones mucho más positivas. Al encarar la vida con espíritu liviano y optimista puedo afrontar con calma todo lo que ella me depare.

Todos deseamos que nos amen por lo que somos. Cuando amo plenamente a los demás, refuerzo su autoestima y ayudo a que ellos a su vez traten con amor a los otros. Aunque no vea resultados inmediatos, el amor siempre está actuando. Si sólo doy mi amor a una o dos personas, éste acabará por extinguirse. Si aprendo a llenar mi corazón de amor y a brindárselo en silencio a todo aquel que encuentro, el amor embellecerá cada rincón de mi vida.

Si comienzo cada día meditando en silencio y colmando mi mente de pensamientos positivos y llenos de amor, poco a poco desalojaré todo cinismo y hostilidad. Mi espíritu debe ser tan hermoso y acogedor que Dios mismo quiera venir a visitarme.


Cuando cambiamos, el mundo cambia

Al enfocarnos en nuestro propio espacio interior, podemos ir desarrollando conocimiento y claridad acerca de nuestra verdadera identidad. De esta manera podemos diferenciar lo que hacemos, es decir, nuestros roles, de lo que realmente somos. Así, al conocernos mejor, nos daremos cuenta de que la manera en que nos vemos a nosotros mismos influye sobre la manera en que vemos el mundo. Si cambio la visión de mí mismo, el mundo cambia.

Si quiero conocerme, debo aprender a observarme. Conocerme significa darme cuenta de que la forma en que me veo a mí mismo, influye en mi percepción del mundo que me rodea. Conocerme significa tomar conciencia de la diferencia entre cuerpo y alma, entre ser y humano, entre forma y contenido. Conocerme me permite retornar a la realidad de mi paz interior inherente y volver a experimentar amor genuino y espiritual hacia mí mismo y - como consecuencia - hacia quienes me rodean.

Siempre que sea posible, apartémonos aunque sea por tan sólo unos momentos, del mundanal ruido y enfoquémonos en nuestro interior. Es en el silencio de este viaje interior donde nos daremos cuenta de cuál es nuestra verdadera naturaleza original y qué realmente es la de un ser de paz: en paz con nosotros mismos y en paz con el mundo que nos rodea. A partir de este encuentro con nuestro ser verdadero, podemos proyectarnos hacia nuestras relaciones y responsabilidades, en nuestro hogar y en el trabajo.

Una experiencia que tendremos de forma natural es que al cambiar nuestra percepción de nosotros mismos, cambia nuestra percepción de los demás.
Empezamos a sentir y verles como almas, seres espirituales, interpretando sus diversos roles en esta obra ilimitada de la vida. Comprenderemos que también son en esencia seres de paz, de amor, aunque en muchos casos se han olvidado de lo que son. Al cambiar nuestra visión, nuestra actitud cambia, y en consecuencia lo hacen nuestras palabras y comportamientos. Podremos observar como la armonía se instaura como la base de nuestras relaciones con los demás.

Cuando cambiamos, el mundo cambia...