La humildad es un signo de
grandeza. Cuanto más humilde es un alma, automáticamente se hará grande
en los corazones de todos. Sin hacernos humildes no podemos convertirnos
en donadores de felicidad para todos.
La humildad es el
antídoto para el ego. Las semillas de la humildad automáticamente nos
permiten obtener el fruto de la grandeza. La humildad, de forma fácil,
nos hace cercanos al corazón de todos. La humildad se expresa a través
de la actitud, de la visión, de las palabras y se manifiesta
especialmente en las relaciones con los demás.
Si hay ego en la
actitud, surgen palabras erróneas y la visión es de arrogancia. El ego
nos aleja del corazón de todos, crea separación y muros entre las
personas.
La humildad es un signo de fortaleza y poder
espiritual. Sólo un alma poderosa puede realmente ser humilde. El estado
espiritual preciso es de equilibrio entre el auto-respeto y la
humildad. Humildad no tiene nada que ver, como piensan algunos, en
sentirse menos que los demás. El alma que tiene verdadera humildad, es
consciente de la grandeza de su ser y de sus cualidades, pero al mismo
tiempo reconoce y valora la grandeza y las cualidades de los demás. No
necesita demostrar nada, sabe que su ser verdadero se revela de forma
automática a través de su actitud, palabras y acciones.
La
humildad es la base de la renovación, el cambio y la transformación.
Cuando somos humildes, nos es fácil reconocer y aceptar lo que tenemos
que cambiar.
Nos permite aceptar con actitud positiva la crítica y la corrección.
Con humildad podemos avanzar rápido en el proceso de nuestra transformación espiritual.
domingo, 7 de agosto de 2016
Actitud consciente del alma
De acuerdo a nuestro estado de
conciencia, de forma automática generamos una actitud, y ésta a su vez,
determina la visión que tenemos de la realidad y del mundo.
Cuando nuestra conciencia está muy atascada en el mundo material, desarrollamos una visión que se enfoca en las diferencias visibles, una visión que compara y fragmenta las cosas. Nuestra actitud interna se influye por la dualidad, hay cosas que nos agradan y nos atraen y cosas que nos desagradan o incluso rechazamos.
Verme como un alma me ayuda a desidentificarme de mi forma física y de todas las diferencias que percibo a través de una visión material del mundo. También me ayuda a ir más allá de factores externos como nacionalidad, cultura, status social, religión, etc.
El estado natural del alma es de amor espiritual. Tal clase de amor no puede existir en una conciencia basada en la dualidad. Esto significa que cuando conectamos con la conciencia del espíritu eterno, del alma inmortal y nos estabilizamos en ese estado, desarrollamos de forma natural la actitud asociada consciente del alma. Nuestra visión del mundo y de los demás cambia de forma radical.
Ver a los demás fundamentalmente como almas significa experimentar un flujo constante de amor espiritual y buenos deseos hacia todos, independientemente de su aspecto, estatus, rol, cultura, etc. De esta forma, desarrollamos la verdadera conciencia de hermandad y de pertenencia a una familia espiritual mundial, en la que todas las fronteras y límites externos se disuelven.
Así es como experimentamos el anhelado logro de la unidad en la diversidad.
Cuando nuestra conciencia está muy atascada en el mundo material, desarrollamos una visión que se enfoca en las diferencias visibles, una visión que compara y fragmenta las cosas. Nuestra actitud interna se influye por la dualidad, hay cosas que nos agradan y nos atraen y cosas que nos desagradan o incluso rechazamos.
Verme como un alma me ayuda a desidentificarme de mi forma física y de todas las diferencias que percibo a través de una visión material del mundo. También me ayuda a ir más allá de factores externos como nacionalidad, cultura, status social, religión, etc.
El estado natural del alma es de amor espiritual. Tal clase de amor no puede existir en una conciencia basada en la dualidad. Esto significa que cuando conectamos con la conciencia del espíritu eterno, del alma inmortal y nos estabilizamos en ese estado, desarrollamos de forma natural la actitud asociada consciente del alma. Nuestra visión del mundo y de los demás cambia de forma radical.
Ver a los demás fundamentalmente como almas significa experimentar un flujo constante de amor espiritual y buenos deseos hacia todos, independientemente de su aspecto, estatus, rol, cultura, etc. De esta forma, desarrollamos la verdadera conciencia de hermandad y de pertenencia a una familia espiritual mundial, en la que todas las fronteras y límites externos se disuelven.
Así es como experimentamos el anhelado logro de la unidad en la diversidad.
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