jueves, 23 de julio de 2015

El poder de los pensamientos puros y elevados

El tesoro más elevado es el de los pensamientos. Los pensamientos elevados son la base de una vida espiritual. El tesoro de los pensamientos es muy poderoso. Con los pensamientos podemos ir a la experiencia del silencio en un segundo. Podemos ir con nuestra mente a donde deseemos.

Estemos sentados o realizando acciones, con el tesoro del poder de los pensamientos podemos experimentar cercanía hacia las personas en las que estemos pensando. Cualquier estado que deseemos adoptar, sea elevado, sea de felicidad o sea de confusión o de debilidad, es fruto de nuestros pensamientos.

Con el pensamiento de un segundo “soy un alma pacífica”, podremos conectar con una experiencia positiva de paz. En el momento en que tenemos el pensamiento “soy un alma débil, no tengo fortaleza”, entonces en un segundo la felicidad desaparece. Experimentamos angustia en nuestro estado interno. Sin embargo la base de ambos estados son los pensamientos.

Al comprender la vital importancia de la calidad de nuestros pensamientos, nos damos cuenta de la necesidad de evitar o transformar los pensamientos débiles e inútiles en nuestra mente. Cuando desperdiciamos el tesoro de los pensamientos eso debilita nuestro intelecto y nuestro estado, generando confusión e imprecisión en nuestra toma de decisiones. La velocidad de los pensamientos se vuelve muy rápida. Debido a su gran velocidad, perdemos la habilidad de controlarlos. Puede que nos preguntemos: “No recuerdo haber realizado ninguna acción negativa, pero ¿por qué he perdido mi felicidad?”. La causa de ello son los pensamientos débiles e inútiles.

En la meditación Raja Yoga también creamos nuestro estado a través de los pensamientos: “soy un alma, un punto de luz brillando en el centro de la frente, mi naturaleza verdadera es de paz y pureza”. Con estos pensamientos elevados y con concentración del intelecto, experimentamos nuestra naturaleza original. Éste es el enorme poder de los pensamientos.


Amor y conocimiento

Hay hábitos y actitudes que están tan arraigados en la personalidad que no basta el conocimiento para deshacerse de ellos. Éste es necesario y constituye el primer paso hacia la libertad personal, pero no es suficiente para efectuar cambios prácticos, por muy claro e inspirador que sea.

Cuando no hay amor, sólo el conocimiento de lo que es correcto y erróneo nos motiva a seguir progresando. Gradualmente esto aprisiona al yo en una jaula de esfuerzo riguroso, de manera que en vez de abrirnos y liberarnos nos encerramos y quedamos atrapados.

El amor de Dios nos permite aceptarnos como somos y aceptar de igual manera la necesidad de realizar cambios personales. Y lo aceptamos porque el amor divino siempre nos motiva a aspirar a lo más elevado en nosotros.

El amor nos impulsa a alcanzar lo más elevado y a la vez nos libera de la presión del esfuerzo riguroso, pues podemos cometer errores y tener debilidades. Gracias al amor de Dios establecemos una relación amistosa con el tiempo. Éste ya no nos amenaza ni nos apresura sino que trabaja con nosotros, a nuestro favor. Nos damos cuenta de cuán valioso es, y por lo tanto no deseamos desperdiciarlo descuidando las oportunidades que se nos brindan para cambiar.

El amor de Dios nos libera rápida y eficazmente, porque nos permite ver nuestro lado positivo y trabajar con él. Cuando vemos únicamente lo negativo sentimos temor, de modo que reprimimos nuestras debilidades ya que no queremos reconocerlas ni que otros nos consideren débiles.

Si sólo contamos con la teoría del conocimiento espiritual y no trabajamos más que con el intelecto, nos faltará confianza, temeremos el fracaso e incluso tendremos arrogancia. Para cambiar con éxito requerimos tanto el conocimiento espiritual como el amor divino.

Para progresar necesitamos de la cooperación divina, pero debemos aceptarla con responsabilidad sin intentar descargar todo en Dios. Tenemos que hacer nuestra parte.

El amor genera confianza; al confiar en nosotros, podemos reconocer nuestro valor original a través de los ojos de Dios. Lo único que debemos hacer es acordarnos de Él.

Todo lo que necesitamos es ser siempre conscientes de nuestro estado original divino y recordar al Eterno, al Uno, cuya guía amorosa hace que todo sea posible. 

lunes, 6 de julio de 2015

Artista espiritual

Puede que nuestros talentos artísticos en términos de la pintura, la música, etc. sean limitados, sin embargo, desde un punto de vista espiritual, todos somos artistas.

Cada mañana recibimos un lienzo limpio, a punto para que pintemos en él el cuadro de un nuevo día. Cada día tenemos la oportunidad de crear una nueva creación artística, la de nuestra propia vida.

Temprano por la mañana, podemos empezar el día con silencio e introspección, conectando con nuestra energía creativa, el alma. Podemos crear una intención para el día, cómo quiero que sea mi contribución a la vida y qué quiero conseguir. Todo empieza con la conciencia de que soy un ser espiritual, un artista creador.

Tomo conciencia de que a partir del momento en que entro en el campo de la acción, cada pensamiento, palabra y acción se convierten en las pinceladas de mi obra artística. Siempre está en mis manos elegir los colores y la intensidad y textura del trazo.

A medida que creo pensamientos positivos y hermosos acerca del ser, de los demás y de la vida, empiezo a darle forma a mi obra de arte. ¿Qué quiero que transmita el cuadro de mi vida? Depende de mí crear una obra de paz, de amor, de felicidad. Todo lo que tengo que hacer es dejar que cada trazo, es decir, cada pensamiento, cada palabra, cada acción, surja de las cualidades puras y originales del ser: paz, amor y felicidad.

En esto no somos esclavos de las circunstancias, ya que quizás no puedo controlar muchas de las cosas que suceden fuera, pero siempre puedo ser un artista en crear la respuesta más adecuada y precisa a todo lo que sucede. Ahí es donde radica mi poder creativo.

Por la noche, al cerrar el día, puedo revisar mi obra del día, y verificar si estoy satisfecho con el resultado. Me daré cuenta de dónde he de mejorar mi arte y dónde he sido un maestro.
Y prepararme para el siguiente día, con la meta de seguir perfeccionándome como artista espiritual, maestro en el arte de la vida.


Humildad y sabiduría

Cuando pensamos que conocemos la verdad y somos verdaderos, podemos llegar a convencernos de que tenemos razón. No somos capaces de ver lo que la otra persona tiene que decir y seguimos insistiendo en nuestra perspectiva. Esto puede conducir a discusiones inútiles y conflicto.

Junto a la verdad, también necesitamos humildad. La humildad nos ayuda a presentar nuestras ideas a los demás de una manera desapegada. La verdad en nuestro interior nos ayudará a entender a la otra persona y nos mantendrá abiertos a su punto de vista. Conseguiremos que nuestra perspectiva se entienda sin gran dificultad ya que la otra persona también será capaz de ver nuestro punto de vista.

La verdad se demuestra cuando está combinada con la humildad.

Cuando cometemos errores, a veces intentamos justificarlos. Damos excusas y nos comparamos con quienes han cometido errores similares. Pero perdemos la oportunidad de aprender de nuestros errores y a menudo los volvemos a repetir. Entonces somos incapaces de experimentar la felicidad que viene del progreso verdadero.

La verdadera sabiduría reside en aprender de los errores de los demás. Cuando alguien comete un error, nos enriquecemos con esa experiencia. No necesitamos pasar nosotros mismos por esa experiencia para aprender de ella. Cuando somos constantemente conscientes de las consecuencias de las acciones de las personas, experimentamos progreso a cada paso.

Ser cuidadoso y atento nos ayuda a progresar.