martes, 26 de enero de 2016

Calma, paz y concentración

Cuando mantengo un estado de calma interior evito ser esclavo de mis emociones. Asimismo ello me ayuda a conservar la calma cuando los demás se acaloran y se irritan. Tener calma no significa mantenerse distante o despreocuparse. Por el contrario, requiere una naturaleza profundamente bondadosa y conciliadora, y servir a los demás del mejor modo posible.

Aceptar las responsabilidades sin sentirse agobiado por ellas puede parecer algo difícil de lograr. No obstante, es posible si me mantengo en contacto con mi ser interior y mi fuerza interna. Si confío en ellos, los valores y principios espirituales actúan como una mano invisible que guía todos mis pasos en la dirección apropiada. Cuando soy consciente de la acción de esta fuerza, puedo aceptar responsabilidades y cumplir con ellas sin que me inquiete el resultado. Sin duda los frutos serán así provechosos.

Si quiero llevar la paz a los demás, la primera lección que debo aprender es dejar de estar en guerra conmigo mismo. Durante la meditación me retiro al refugio interior de mi alma y me regocijo con el tranquilo fluir de los pensamientos de amor que pasan por mi ser. Sólo cuando he acallado la turbulencia de mi propia mente puedo estar en paz con el mundo. Cuando he alcanzado cierto grado de paz interior, logro oír la voz de mi sabiduría y sé cuándo y dónde aplicar mi energía para mayor beneficio de todos.

Cuando me enfrento con urgencias, plazos y problemas debo resistir el impulso de inquietarme y saltar de una cosa a la otra, o bien de irritarme o de culpar a los demás, lo cual me restará aún más energía. En lugar de eso debo intentar tener una actitud afectuosa hacia mí mismo y hacia la situación, pues ello llenará de energía mi espíritu. Una actitud afable y comprensiva hacia la vida ayuda a mantener la mente clara y concentrada y a alcanzar un nivel más elevado de inteligencia espiritual.


Gobernar la mente

Una de las metas más elevadas en nuestro progreso espiritual es recuperar la soberanía interior, es decir, que el alma gobierne su mundo interno: la mente, el intelecto y las tendencias.

En particular, es la mente la que hace que fluctúe el estado de soberanía. El alma es el soberano y la mente es su ministro, sin embargo a veces es la mente la que se hace soberana y somete al alma. La conciencia correcta es: yo, el alma, soy el rey. La mente no es el rey, es el ministro. Coopera conmigo. Ser constantemente el amo de la mente se describe como tener el derecho a la auto-soberanía.

Si la auto-soberanía no es constante significa que a veces tenemos un derecho y otras veces nos volvemos dependientes. Para conseguir la anhelada paz y armonía en nuestro reino interior, lo primero que necesitamos es controlar la mente. El significado de soberanía interior es que el alma tiene el poder de gobernar. Sin poder de gobernar, nuestro reino no puede funcionar.

El obstáculo más importante en gobernar nuestro reino lo constituyen nuestros viejos hábitos y tendencias basados en una conciencia falsa, la conciencia limitada e ilusoria del ego, a partir de la cual hemos creado apegos, debilidades y defectos.

Para recuperar la auto-soberanía necesito enfocar mi mente en la fuente suprema de paz y pureza, el ser supremo, y llenarme de fortaleza y poder espiritual, para estabilizarme en una conciencia elevada y recuperar la capacidad de gobernar mi mente con armonía y estabilidad.

La naturaleza original del alma es la misma que la del ser supremo: el alma es por naturaleza benevolente, benefactora, llena de buenos deseos y sentimientos puros hacia todas las almas. Esta es mi naturaleza original y la experiencia que tengo que nutrir y sustentar diariamente.