Cuando mantengo un estado de calma
interior evito ser esclavo de mis emociones. Asimismo ello me ayuda a
conservar la calma cuando los demás se acaloran y se irritan. Tener
calma no significa mantenerse distante o despreocuparse. Por el
contrario, requiere una naturaleza profundamente bondadosa y
conciliadora, y servir a los demás del mejor modo posible.
Aceptar
las responsabilidades sin sentirse agobiado por ellas puede parecer
algo difícil de lograr. No obstante, es posible si me mantengo en
contacto con mi ser interior y mi fuerza interna. Si confío en ellos,
los valores y principios espirituales actúan como una mano invisible que
guía todos mis pasos en la dirección apropiada. Cuando soy consciente
de la acción de esta fuerza, puedo aceptar responsabilidades y cumplir
con ellas sin que me inquiete el resultado. Sin duda los frutos serán
así provechosos.
Si quiero llevar la paz a los demás, la primera
lección que debo aprender es dejar de estar en guerra conmigo mismo.
Durante la meditación me retiro al refugio interior de mi alma y me
regocijo con el tranquilo fluir de los pensamientos de amor que pasan
por mi ser. Sólo cuando he acallado la turbulencia de mi propia mente
puedo estar en paz con el mundo. Cuando he alcanzado cierto grado de paz
interior, logro oír la voz de mi sabiduría y sé cuándo y dónde aplicar
mi energía para mayor beneficio de todos.
Cuando me enfrento con
urgencias, plazos y problemas debo resistir el impulso de inquietarme y
saltar de una cosa a la otra, o bien de irritarme o de culpar a los
demás, lo cual me restará aún más energía. En lugar de eso debo intentar
tener una actitud afectuosa hacia mí mismo y hacia la situación, pues
ello llenará de energía mi espíritu. Una actitud afable y comprensiva
hacia la vida ayuda a mantener la mente clara y concentrada y a alcanzar
un nivel más elevado de inteligencia espiritual.
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