La experiencia del silencio, la
búsqueda de un espacio de profunda quietud interior, que es la base de
las meditaciones, oraciones y experiencias místicas en todas las grandes
religiones de la humanidad, nos ofrece un puente para acceder a nuestra
propia espiritualidad, que es la fortaleza que necesitamos para tratar
de una forma nueva y creativa con nuestra realidad cotidiana y los
conflictos que a menudo se presentan en ella.
En el silencio
profundo y sereno, en la contemplación de tal silencio pleno, se nos
abren las puertas a esta comunicación divina y trascendente, es lo que
se conoce como meditación. El silencio es el puente de comunicación
entre lo divino y lo humano, nos abre a la experiencia del amor de Dios.
El silencio espiritual prepara el corazón y la mente para comunicarnos
con Dios.
El silencio espiritual nos proporciona energía pura y
altruista de la Fuente Creativa, abriendo horizontes ilimitados de nueva
visión. Para liberar al ser de la negatividad, necesitamos silencio.
Absortos en la profundidad del silencio, iniciamos un proceso de
renovación interior. En esta renovación, la mente se limpia, facilitando
una percepción diferente de la realidad.
El silencio lleva
nuestra energía mental y emocional a un punto de concentración donde
podemos encontrar la quietud. Sin esta quietud interna, en las
situaciones difíciles o problemáticas nos sentiremos a menudo como una
marioneta arrastrada por las diversas cuerdas de las influencias
externas. Este punto de quietud interior es la semilla de la autonomía
que corta tales cuerdas y termina con la pérdida de energía.
El
silencio sana. Es como un espejo. El espejo no culpa ni critica, pero
ayuda a ver las cosas como son, ofreciéndonos un diagnóstico que nos
libera de los pensamientos erróneos. El silencio revive la paz original
del ser, una paz que es innata, divina, que cuando se invoca fluye por
el ser armonizando y sanando cada desequilibrio.
El silencio es
el lenguaje para comunicar con Dios. Silencio unido al amor. Donde hay
amor, la concentración es natural y estable, como una llama serena de
una vela que irradia su aura de luz. Cuando la mente humana está absorta
en el pensamiento de Dios, la persona siente la armonía de la
reconciliación en profundidad. En esta unión silenciosa de amor uno
llega a estar completamente reconciliado, no como un proceso
intelectual, sino como un estado del ser.
De esta experiencia de
Dios, aprendemos a vernos como un canal de comunicación... desarrollamos
la capacidad de canalizar este amor divino y espiritual, para el
beneficio de todos.
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