Puede que nuestros talentos
artísticos en términos de la pintura, la música, etc. sean limitados,
sin embargo, desde un punto de vista espiritual, todos somos artistas.
Cada
mañana recibimos un lienzo limpio, a punto para que pintemos en él el
cuadro de un nuevo día. Cada día tenemos la oportunidad de crear una
nueva creación artística, la de nuestra propia vida.
Temprano por
la mañana, podemos empezar el día con silencio e introspección,
conectando con nuestra energía creativa, el alma. Podemos crear una
intención para el día, cómo quiero que sea mi contribución a la vida y
qué quiero conseguir. Todo empieza con la conciencia de que soy un ser
espiritual, un artista creador.
Tomo conciencia de que a partir
del momento en que entro en el campo de la acción, cada pensamiento,
palabra y acción se convierten en las pinceladas de mi obra artística.
Siempre está en mis manos elegir los colores y la intensidad y textura
del trazo.
A medida que creo pensamientos positivos y hermosos
acerca del ser, de los demás y de la vida, empiezo a darle forma a mi
obra de arte. ¿Qué quiero que transmita el cuadro de mi vida? Depende de
mí crear una obra de paz, de amor, de felicidad. Todo lo que tengo que
hacer es dejar que cada trazo, es decir, cada pensamiento, cada palabra,
cada acción, surja de las cualidades puras y originales del ser: paz,
amor y felicidad.
En esto no somos esclavos de las
circunstancias, ya que quizás no puedo controlar muchas de las cosas que
suceden fuera, pero siempre puedo ser un artista en crear la respuesta
más adecuada y precisa a todo lo que sucede. Ahí es donde radica mi
poder creativo.
Por la noche, al cerrar el día, puedo revisar mi
obra del día, y verificar si estoy satisfecho con el resultado. Me daré
cuenta de dónde he de mejorar mi arte y dónde he sido un maestro.
Y
prepararme para el siguiente día, con la meta de seguir perfeccionándome
como artista espiritual, maestro en el arte de la vida.
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