Hay hábitos y actitudes que están
tan arraigados en la personalidad que no basta el conocimiento para
deshacerse de ellos. Éste es necesario y constituye el primer paso
hacia la libertad personal, pero no es suficiente para efectuar cambios
prácticos, por muy claro e inspirador que sea.
Cuando no hay amor, sólo el conocimiento de lo que es correcto y
erróneo nos motiva a seguir progresando. Gradualmente esto aprisiona al
yo en una jaula de esfuerzo riguroso, de manera que en vez de abrirnos
y liberarnos nos encerramos y quedamos atrapados.
El amor de Dios nos permite aceptarnos como somos y aceptar de igual
manera la necesidad de realizar cambios personales. Y lo aceptamos
porque el amor divino siempre nos motiva a aspirar a lo más elevado en
nosotros.
El amor nos impulsa a alcanzar lo más
elevado y a la vez nos libera de la presión del esfuerzo riguroso,
pues podemos cometer errores y tener debilidades. Gracias al amor de
Dios establecemos una relación amistosa con el tiempo. Éste ya no nos
amenaza ni nos apresura sino que trabaja con nosotros, a nuestro favor.
Nos damos cuenta de cuán valioso es, y por lo tanto no deseamos
desperdiciarlo descuidando las oportunidades que se nos brindan para
cambiar.
El amor de Dios nos libera rápida y
eficazmente, porque nos permite ver nuestro lado positivo y trabajar
con él. Cuando vemos únicamente lo negativo sentimos temor, de modo que
reprimimos nuestras debilidades ya que no queremos reconocerlas ni que
otros nos consideren débiles.
Si sólo
contamos con la teoría del conocimiento espiritual y no trabajamos más
que con el intelecto, nos faltará confianza, temeremos el fracaso e
incluso tendremos arrogancia. Para cambiar con éxito requerimos tanto
el conocimiento espiritual como el amor divino.
Para progresar necesitamos de la cooperación divina, pero debemos
aceptarla con responsabilidad sin intentar descargar todo en Dios.
Tenemos que hacer nuestra parte.
El amor genera
confianza; al confiar en nosotros, podemos reconocer nuestro valor
original a través de los ojos de Dios. Lo único que debemos hacer es
acordarnos de Él.
Todo lo que necesitamos es
ser siempre conscientes de nuestro estado original divino y recordar al
Eterno, al Uno, cuya guía amorosa hace que todo sea posible.
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