Sinceridad no significa simplemente hablar con franqueza. Significa conocer claramente lo que sucede dentro de ti.
Tal
claridad se refleja en tus palabras, que tendrán el poder de la verdad,
y surgirán con facilidad y sin vacilaciones. La sinceridad genuina
cultivada dentro de ti es lo que les llegará a los demás y les influirá.
Si
los demás te influyen fácilmente a ti, tu capacidad de ser sincero se
reduce. Los demás no podrán recibir de ti ese sentimiento de verdad, y
en tus relaciones no habrá un sentimiento de amor. Parecerán
superficiales. Aunque el amor superficial es mejor que la carencia de
amor ya que por lo menos asegura que no te vuelves totalmente frío, es
obvio que no es el auténtico.
Se necesita mucho coraje para ser
honesto. Una de las cualidades más nobles de una persona es la capacidad
de decir: «Lo siento. Estaba equivocado y tú tenías razón». Lo que
importa no es tener razón, esgrimir argumentos contundentes o lograr que
acepten mis ideas. Lo que importa es ser capaz de reconocer mis
errores, hacerme responsable de ellos, aprender la lección y seguir
adelante con mayor grado de madurez.
La honestidad espiritual
significa: “sé fiel a tu propio ser”. Es uno de los pilares de la
grandeza, ya que permite experimentar el amor de Dios, y el sentimiento
de que Dios y yo estamos muy cerca. Hay un gran poder en esta
experiencia. Por desgracia, en lugar de disfrutar de tal grandeza de una
forma natural, la mayoría de las personas renuncian a esta oportunidad
poniendo excusas. Las excusas también son una forma de la falsedad.
Donde hay sinceridad y honestidad, los sentimientos se vuelven puros y limpios.
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