La llamada de este tiempo es
una llamada por la paz. No únicamente paz, no sólo de que finalicen los
conflictos, sino una llamada para conseguir un profundo estado de calma y
tranquilidad, que todas las almas recuerdan como su estado original.
Si
queremos conseguir esa paz, primero debemos enseñarnos a nosotros
mismos a serenarnos y entonces nos podemos volver pacíficos. Hacerse
pacífico significa tomar las riendas de una mente fuera de control y
detener los pensamientos dispersos. Una vez que tenemos la atención de
la mente, podemos comenzar a persuadirla de que nos lleve al silencio, a
un silencio verdadero. No un lugar sin sonido, sino al lugar en el que
experimentamos una sensación profunda de paz y una penetrante conciencia
de gran bienestar.
No es una mente vacía la que genera este
estado de paz. Para entrar en este estado de profundo silencio, debemos
entrenar el intelecto en crear pensamientos puros y buenos. Debemos
entrenarlo para que se concentre. Nuestros pensamientos de desperdicio
nos agobian. Nuestros hábitos de crear demasiados pensamientos y
demasiadas palabras agotan el intelecto. Nos tenemos que preguntar:
“¿Cómo puedo cultivar el hábito del pensamiento puro?”
¿Quién
ansía entrar en el silencio? Soy yo, el ser interior, el alma. A medida
que me desapego de mi cuerpo y de las cosas corporales, y me desconecto
de las distracciones mundanas, puedo enfocarme hacia dentro, hacia el
ser interior. Al igual que un lago perfectamente calmado, cuando todos
los susurros del viento se han detenido, el ser interior empieza a
brillar, reflejando con serenidad las cualidades intrínsecas del alma.
Los sentimientos de paz y de bienestar se expanden a través de mi mente
y, junto a ellos, los pensamientos de benevolencia.
Me desprendo
de todos los pensamientos de descontento y vuelvo a recordar mi
condición más intrínseca y genuina del ser. Recuerdo esta calma interna.
Aunque no he estado aquí recientemente, lo recuerdo como mi conciencia
más fundamental, y un sentimiento de felicidad y de satisfacción emerge
en mi interior. En esta condición experimento que cada alma es mi amiga.
También soy mi propio amigo. Permanezco en una calma profunda. Estoy en
silencio y completamente en paz.
Este profundo pozo de paz es el
estado original del alma. Cuando estoy en este estado, siento un flujo
de amor hacia la humanidad y experimento un estado más elevado que lo
que normalmente llamaría felicidad, es una condición de dicha.
Cuando
esto sucede, experimento la conexión con la energía divina y el flujo
del poder de Dios hacia mi ser interior. Cuando el alma y Dios están
conectados, hay un poder que me alcanza y después, de forma invisible,
alcanza a los demás llevando a cabo la transformación en ellos, en la
naturaleza, y en el mundo.
He de entrar profundamente en esa
experiencia del estado original del ser, y he de entrar en el silencio,
de forma que Dios pueda hacer su trabajo a través de mi, su instrumento.
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