Debido al apego, nos aferramos a
algo (objeto, persona, idea o creencia) y nos identificamos con ello en
nuestra conciencia. Cuando el objeto de nuestro apego es amenazado o
puede lastimarse o perderse, la experiencia habitual es de pesar y
miedo. La posesividad y la ilusión de "mío" se instalan en el interior.
Dentro
de la conciencia tenemos una mente para crear ideas, pensamientos,
imágenes. Por ejemplo, en la relación con los demás, desarrollamos
alguna creencia de cómo han de ser las cosas, de cómo han de comportarse
con nosotros. Esta creencia se manifiesta en nuestra mente, en la forma
de pensamientos que tienen su origen en la creencia. A la vez,
habitualmente creamos una imagen conectada con esta creencia. Puede ser
algo tan sencillo como: "Soy una persona experimentada, deberían
escuchar mis consejos y hacerme caso".
El problema empieza
cuando pierdo la conciencia de mi ser en esos pensamientos que está
creando la mente, es decir, me identifico totalmente con esos
pensamientos. Ahí es donde se genera el apego. Así que aparece alguien, y
su comportamiento es completamente contrario a la imagen que albergo en
la mente. Esa persona ignora mis sugerencias y no me escucha. En ese
momento, nos lo tomamos como algo muy personal. Así que hay dolor, en la
forma de ira, sea sutil o visible. ¿Por qué? Nos hemos identificado con
una creencia o imagen de cómo han de ser las cosas y si alguien amenaza
o ataca esa imagen o creencia es como si me atacaran o amenazaran a...
mí mismo!
Por ello es esencial desarrollar la virtud del
desapego. El desapego es el estado natural del alma. Podemos crear
ideas, percepciones y perspectivas acerca de las situaciones y personas,
pero no necesitamos aferrarnos a las mismas en nuestra conciencia.
Nuestra conciencia es, originalmente, libre. Comprender el proceso del
apego es el primer paso, completamente esencial, para iniciar el camino
de vuelta a mi estado natural: libre de apegos e identificaciones
erróneas.
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