Se dice que la felicidad es la mejor nutrición del alma. Vivir en un estado de felicidad es vivir en plenitud.
Sin
embargo, esto sólo es posible cuando entendemos la diferencia entre la
felicidad espiritual y la felicidad limitada y temporal, es decir,
basada en la satisfacción de los deseos limitados de la mente.
La
felicidad que de verdad nos nutre no proviene del exterior, del mundo
físico material que nos rodea. La felicidad espiritual es una felicidad
sutil que surge de forma natural cuando llenamos nuestro intelecto de
conocimiento espiritual, cuando llenamos nuestra mente y corazón con
experiencias de amor y silencio, cuando desarrollamos todo nuestro
potencial de cualidades y virtudes y cuando contribuimos al mundo de
forma significativa para elevar la conciencia de quienes nos rodean.
La
felicidad temporal es una experiencia transitoria que se produce al
satisfacer algún deseo limitado. Sea una satisfacción a través de los
sentidos físicos o la consecución de cierto respeto, consideración,
nombre o fama, esta felicidad ni nos llena ni nos nutre realmente. Sólo
nos deja satisfechos temporalmente, lo que provoca que volvamos a buscar
esos estímulos, llegando a desarrollar adicciones.
La felicidad que
necesita el alma es un estado, no una sensación pasajera. Se trata de
vivir desde la felicidad y no sólo en su búsqueda. Esto es posible
cuando reconocemos y experimentamos que mi naturaleza eterna, la del
alma, es de felicidad. Se trata de conectar con mi esencia de felicidad.
Y
otro principio espiritual importante a fin de mantener la experiencia
de la felicidad es entender que cuanto más donamos felicidad a otros,
más incrementa la nuestra. La felicidad nunca se consume al compartirla,
sino al contrario, incrementa en nuestro interior y a la vez llena de
luz la vida de los demás.
Por otro lado, para proteger este
tesoro más preciado de la felicidad, es esencial desaprender el hábito
de tomar pesar. A veces son los demás los que se comportan de forma
negativa o infeliz, y cometemos un gran error cuando nos dejamos
influenciar por su infelicidad.
Con atención y con sabiduría,
tenemos que aprender el arte de preservar nuestra felicidad interior,
como quien protege un espacio sagrado, donde no debemos permitir que
entre ninguna influencia que no queremos. Esto requiere determinación y
la fortaleza del silencio que obtenemos de la práctica de la meditación.
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